· BÉCQUER
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida (Sevilla, 17 de febrero de 1836 – Madrid, 22 de diciembre de 1870),
más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue un poeta y
narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo,
aunque escribió en una etapa literaria perteneciente al Realismo. Por ser
un romántico tardío, ha sido asociado igualmente con el movimiento
posromántico. Aunque, mientras vivió, fue moderadamente conocido, sólo comenzó
a ganar verdadero prestigio cuando, tras su muerte, fueron publicadas muchas de
sus obras.
Sus más conocidos trabajos son sus Rimas y Leyendas.
Esta es una de las leyendas más conocidas de Gustavo Adolfo
Becker.
Su historia es la siguiente:
·
El monte de las ánimas: en Soria ha llegado el día de Todos los Santos y se
cuenta una leyenda que tiene lugar en el llamado Monte de las Animas. Entre los Templarios, guerreros
religiosos y los árabes sucedió un conflicto de intereses, pues los primeros
tenían acotado el monte donde reservaban caza, y los otros realizaron una
batida en el coto. Por lo tanto surgió una batalla entre ambos en aquel monte,
que pronto se cubrió de cadáveres. Desde entonces se dice que la noche de los
difuntos la campana de la capilla suena sola y los espíritus de aquellos
muertos despiertan y luchan en una pelea fantástica. Beatriz y Alonso mantenían
una conversación hasta que la joven echó en falta una banda azul que su primo
Alonso le había regalado. Esta cayó en la cuenta de que la había olvidado en el
Monte de las Animas y su primo, en un intento de mostrar su valentía, a pesar
del profundo miedo que le daba acudir a aquel monte en una fecha tan especial,
se puso en marcha a la búsqueda de la banda. Aquella noche, mientras Alonso
partía hacía allí, Beatriz rezaba por su primo y hasta que no amaneció pasó una
noche llena de terrores y pensamientos horribles. Despertó y la banda azul se
encontraba en su lecho, ensangrentada. Alonso había sido devorado por los lobos
y esta murió asustada al ver la banda. Un cazador que pasó una noche en el
monte asegura que vio a los espíritus de los Templarios y nobles sorianos
rondando por allí persiguiendo a una joven que daba vueltas alrededor de la
tumba de Alonso.
A continuación, os pongo un capítulo de la leyenda anterior.
El Monte de las Ánimas
La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las
campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que
oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es
un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el
rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice.
Yo no la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo
algunas veces la cabeza, con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi
balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
- I -
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los
cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos
los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-A ser otro día no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las
nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible.
Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos
comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no
hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua; yo también
pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré la historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de
Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos
siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante
distancia.
«Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo
convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y
religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de
lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en
ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos
defenderla como solos la conquistaron.
»Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la
ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los
primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para
satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos
determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas
prohibiciones de los clérigos
con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
»Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía
de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se
llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente
tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una
cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los
lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por
último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas
desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en
el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó
a arruinarse.
»Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar
sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en
jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las
breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las
culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la
nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria
le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que
cierre la noche».
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban
al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al
resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se
perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
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